
La poeta Rocío Silva Santisteban escribe es su blog Kolumna Okupa sobre sus experiencias como joven que vivió intensamente su época y su proceso de madurez.
Durante esos años al mismo tiempo que leía con rigurosidad a autores y libros que jamás hubiera leído por mi cuenta (Los Milagros de Nuestra Señora de Berceo o Tristán e Isolda) aprendíamos a enfrentarnos a una realidad fragmentada, partida en dos o en tres, a sobrevivir a la violencia y a los vestigios de la violencia, a ver y escuchar la transformación sin sobresaltarnos, tomando partido o, por el contrario, asumiendo una posición que en ese entonces casi no se comprendía: no creer en el camino del marxismo pueril y paternalista, ése de las quintas espadas, y creer en otro marxismo, en el de las movilizaciones y la construcción de una alternativa viable y sólida al discurso capitalista (ese marxismo en el que hoy sigo creyendo).Aunque se comprende que el camino de la violencia no conduce a nada mejor, persisten las concepciones antagónicas (muchas veces maniqueas) que sirven para justificar ciertos arrebatos o ver con simpatía cierta violencia. Siendo que estas teorías resultan siempre insuficientes para comprender la realidad, se persiste en la impostura de corte "juvenil" de apostar por el cambio, frecuentemente sin tener mucha idea de a qué se quiere cambiar (porque la teoría jamás es la realidad) o por el mero gusto de hacer el experimento (social).
De esto están construidas las utopías que a sí mismas se conciben como irrealizables en tanto que se consuelan con que son "difícilmente realizables". Aquí el desencanto ya no viene al final sino que es la sombra que acompaña a lo largo del camino.
Pienso en los jóvenes que ví en la marcha sobre la que hablé en la parte anterior. Siguiendo el mismo camino que sus predecesores (de los cuales reniegan por su fracaso, por cierto) no despertarán del sueño de la Revolución hasta que se den cuenta que tales ideales de "humanidad" son la negación de justamente aquello que nos hace humanos: la diferencia.

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